viernes, 23 de marzo de 2012

Acerca del problema del Estado y su representación

Chile, que hace veintidós años recuperó su democracia, vive una profunda crisis representativa. Los factores que pueden explicar dichos fenómenos son variados, pero principalmente se encuentra la pérdida de identidad como país y el individualismo exacerbado que tiene como consecuencia la falta de organización de los ciudadanos y trabajadores en pos de mejoras que influyan a todos por igual. Esto dos factores llevan inevitablemente a una crisis de partidos políticos en las que se hace difícil poder interpretar las demandas de la gente, y éstas se hacen más esquivas a la participación política, debilitando la organización social y el sistema político en general. Iván fuentes, una vez en Santiago, dijo que había que buscar una legislación social “que influya en la economía de las personas sin afectar a éstas”, lo que revela todavía la capacidad que tienen las organizaciones para ver en el Estado la solución a los problemas que están obligados a enfrentar, precisamente por la carencia de un Estado protector y defensor de las personas.
La distancia entre organizaciones sociales y el Estado permite la aparición de grupos individualistas que se posicionan en el medio, estableciendo un cerco e influyendo, mediante discursos incendiarios, la nula participación, o el derecho de las organizaciones sociales a llevar sus demandas hacia las esferas políticas, impidiendo el derecho histórico de poder legitimar a un grupo de vanguardia que esté cargado de sus emociones y de identidad. Sin embargo, la organización de los obreros y grupos sociales “sin la política incluida” es un fenómeno social que también muchos historiadores sociales tienden a interpretar como un alejamiento “normal” de lo tradicional, para insertar la política dentro de las organizaciones sindicales y poblacionales como única vía posible de organización. Timothy Scully plantea, en cambio, que toda convulsión y radicalización social tiene su fundamento y su causa dentro de los clivajes políticos, y éstos tienen su fundamento en la radicalización de sus posturas, o como se puede observar hoy en día, en la falta de representatividad producto de una ignominia generalizada de partidos dormidos en una democracia obsoleta. Pero ¿Es culpa del Estado, de los mismos partidos políticos o de la gente, el estado actual de las cosas? ¿Quién es el responsable de éste sistema político binominal que nos rige y quienes se benefician con él?
El sistema binominal, creado por Jaime Guzmán, tiene su origen histórico en el sistema político que centralizó el poder económico en pequeñas oligarquías a fines del siglo XIX y comienzos del XX, que fue una de las principales causas del famoso problema de la cuestión social, que llevó a los sectores populares a insertar sus paupérrimos estilos de vida hasta las esferas más altas del sistema político chileno, apelando también a la falta de representatividad, pero con el objetivo claro de que éstos se resolvían desde el aparato estatal y no desde afuera, permitiendo un proceso de formación de partidos políticos obreros, como el Partido Comunista y el Socialista, capaces de generar un programa tendiente a mejorar los problemas de clase vividos en la época, y en constante participación con sindicatos y organizaciones populares.
Es la idea “polibiana” del retorno de la historia lo que me hace retrotraer el tiempo cada vez que veo un suceso. Como enseña la maestra de la vida, las respuestas siempre las puedes encontrar en el pasado, pretérito que muchos nos quieren hacer olvidar, pero que se encuentra ahí, acechándonos con sus narraciones, testimonios y registros.
Pensar en el sistema binominal, por tanto, es remontarse a una época dura socialmente, en la que en el parlamento no se discutían reformas o legislaciones sociales (salvo excepciones como la ley de instrucción primaria o la legislación de habitaciones para obreros), sino que tasas arancelarias que buscaban proteger las arcas fiscales que se desperdiciaban en banquetes eternos y en viajes de placer. Un sistema parlamentario fisurado hace que la fiscalización se corrompa fácilmente, puesto que el cuerpo del Estado está mutilado por fuerzas externas al bien común, que hace que éste se diluya en individualismos y ambiciones corrosivas para el sistema político. El objetivo, tanto del sistema parlamentario en la época oligarca, así como en el sistema creado por Jaime Guzmán tiene varios puntos en común. Primero, ambos, con el fin de evitar la proliferación de personajes “populistas”, capaces de arrastrar grandes masas, como lo fue el derrocado presidente Balmaceda, crearon un sistema que obligaba a los participantes políticos a aunarse a una de las fuerzas o “coaliciones” que estuviesen en funcionamiento, esto para adoptar un programa representativo de dicho sector y no un programa que tuviese como objetivo remover las estructuras del sistema para su transformación. Si bien el Partido Democrático, de origen artesanal, liberal e intelectual, desde fines del siglo XIX tuvo influencia dentro del congreso para promover algunas reformas y proteger algunos de los intereses de los obreros, no logró generar una profunda transformación en el sistema político, porque nunca tuvo el poder, pero sí su influencia política en el norte y la capacidad para incluir dentro de la organización partidista a obreros del salitre y viceversa, tuvo como respuesta la obtención de la presidencia de Arturo Alessandri Palma, en 1925, y junto con ello las legislaciones sociales que durante décadas los obreros habían implorado. Otra de las semejanzas del sistema binominal que nos rige y el creado por el régimen parlamentario en los siglos XIX y XX para mantener el statu quo, es casi obvia, un parlamento que era liderado por una élite económica solo buscaba perpetuar una cosa: el poder económico, algo parecido a lo que vemos hoy en día en el congreso nacional.
El Partido Comunista, hoy en día, no tiene que ejercer el rol del Partido Democrático en el pasado, porque no es el camino a seguir dentro de un sistema político corrompido por las fuerzas económicas neoliberales. Lamentablemente el proceso de transformación no se gesta dentro de un parlamento elitista, ya que solo lo relegará a la posibilidad de enfrentarse en discusiones con aquellos que mantienen el poder económico en este país. Como dije anteriormente, el Partido Democrático logró cambiar las cosas en 1925, cuando el pueblo en masa votó por Alessandri Palma, seguidor de la imagen dejada por Balmaceda, haciendo que muchas de las demandas de los obreros pudiesen al fin ser escuchadas, o en el mejor de los casos, comenzaba un proceso político que insertaría a los trabajadores en los programas políticos partidistas, que tuvo como evolución histórica la conquista del poder en 1970. Pero en todo ese proceso el Partido Democrático no existió, pues había muerto muchas décadas antes de que Alessandri Palma asumiera, solo quedó su legado. Por ende, en términos gramscianos, el Partido Comunista si bien tiene que incidir en todos los ámbitos de la política, tiene que lograr generar un programa que busque la participación de todas las fuerzas sociales dentro de un sistema en que él no participe activamente, sino que se posiciones como el partido de vanguardia capaz de organizar y configurar un sistema político representativo, promoviendo la discusión inclusiva dentro del Estado.
Para entender un sistema político representativo no hay que centrarse en las políticas generadas por la social democracia en Europa, debido a que las crisis económicas han provocado una fisura en la configuración de los programas políticos que solo han demostrado la fragilidad del sistema, y por ende, al igual que en Chile, han generado la falta de representatividad y descontento social. Se puede decir entonces que el sistema social generado por los países europeos era tan frágil como la economía movida por la especulación financiera. Por eso, mi intención es poner de ejemplo el sistema de participación política cubana, que para muchos no es considerado una total democracia debido al rol organizacional que tiene el Partido Comunista cubano, que actúa como un verdadero partido de vanguardia.
El sistema político cubano, para empezar, no se rige por coaliciones políticas. El Partido Comunista no es una organización electoral, por ende ni él, ni ninguno que esté presente dentro de la sociedad puede participar en los comicios públicos, entregando ese rol a los dirigentes sociales y sindicales, para que ellos, en circunscripciones pequeñas, representen a la población con que comparten diariamente. Todos los ciudadanos cubanos tienen derecho a votar y ser elegidos, y como no hay listas de partidos políticos presentes en la elección, se vota por el que desee cada uno de los electores, en base a una cartola que indica la biografía del candidato para que el ciudadano esté informado. “Se elige un diputado por cada 20.000 habitantes, o fracción mayor de 10.000. Todos los territorios municipales están representados en la Asamblea Nacional, y el núcleo base del sistema, la circunscripción electoral, participa activamente en su composición. Cada municipio elige como mínimo dos diputados, y a partir de esa cifra, se eligen proporcionalmente tantos diputados como habitantes existan. El 50 % de los diputados tienen que ser delegados de las circunscripciones electorales, los cuales tienen que vivir en el territorio de la misma”. Así también ningún diputado puede ganar si no es por más del 50% de los votos, en el caso de no ser así, las dos mayorías pasan a una segunda vuelta.
Otro de los elementos destacables del sistema político cubano tiene que ver con la participación electoral, que es universal, automática y gratuita, en donde el 94% de la población en edad para votar (mayores de 16) elige a su representante en el congreso. Esto se debe principalmente a que el sistema da garantías de funcionamiento y de democracia directa, puesto que los diputados tienen que rendir cuenta de todos sus actos y pueden ser fácilmente revocados en cualquier momento de su mandato, sin considerar que el ejercicio parlamentario no es remunerado, puesto que es considerado un servicio público. Todos los cubanos tienen derecho a elegir y ser elegidos, y la revisión de los votos es un acto público, en el que todos pueden asistir, ya sean extranjeros, turistas, ciudadanos, etc. En el día de las elecciones son jóvenes voluntarios quienes son los encargados de velar por la seguridad del proceso. Ni las fuerzas revolucionaras cubanas, ni las milicias velan por éstas, garantizando de mejor forma el orden del proceso.
“Las leyes se someten al voto mayoritario de los Diputados. Lo específico del método cubano es que una ley no se lleva a la discusión del Plenario hasta que, mediante consultas reiteradas a los diputados y teniendo en cuenta las propuestas que han hecho, quede claramente demostrado que existe el consentimiento mayoritario para su discusión y aprobación. La aplicación de este concepto adquiere relevancia mayor cuando se trata de la participación de la población, conjuntamente con los diputados, en el análisis y discusión de asuntos estratégicos. En esas ocasiones el Parlamento se traslada a los centros laborales, estudiantiles y campesinos, haciéndose realidad la democracia directa y participativa”, en la que todos los sectores sociales y laborales tienen el completo derecho a participar, y para que eso se logre el Partido Comunista da las garantías necesarias, puesto que se articula como el ente organizador del mismo. Todas las organizaciones sociales que representen a más de 10.000 ciudadanos tienen acceso a la participación dentro del Congreso, quizás por eso es que los problemas que enfrenta Cuba siempre tienden a ser económicos y no políticos, a pesar de que exista una oposición que busca generar un nuevo sistema que favorezca sus ambiciones individuales más que la participación directa y verdaderamente representativa de aquellos que realmente conforman la nación. Es la razón por la que en Cuba no vemos el descontento de las sociedades occidentales, así como tampoco la represión del Estado, porque el Partido Comunista cubano es el encargado de dar las garantías para que la democracia directa se lleve a cabo de forma ecuánime, absoluta y transparente.
Por lo tanto, el Partido Comunista de Chile, como heredero de las luchas obreras y de la evolución política de los trabajadores, tiene que seguir centrando su programa político en la búsqueda de una nueva constitución, que incluya a todos los actores sociales del país, empoderando a los trabajadores y destruyendo las barreras que conforman el individualismo, que permita la libre participación de todos los ciudadanos dentro de las decisiones del país. El Estado no tiene que desaparecer para lograr la democracia directa o para conseguir una política en donde las resoluciones pasan por las bases de cada organización social y comunal, puesto que él está para velar por ella, así como también el Partido Comunista está capacitado para llevar a cabo la vanguardia política que avale la participación política de todos los integrantes de la sociedad, porque, como dijo Iván fuentes, el Estado es nuestro Padre y “tiene que hacer una política más de hermanos”.